Plagia o Perece

Esta semana, la señora Annette Schavan, ministra de Educación y Cultura de Alemania, fue despojada de su título de doctorado. La Universidad de Dusseldorf le retiró el grado porque un comité que evaluó una denuncia por plagio, la halló culpable.

Hace dos años, otro alto funcionario del gobierno alemán de Ángela Merkel, en este caso Karl-Theodor zu Guttenberg, responsable del Ministerio de Defensa, también fue acusado de plagiar su tesis doctoral. En el 2012 el presidente de Hungría, el señor Pal Schmitt, renunció a la presidencia de su país por el mismo motivo: plagio de la tesis doctoral.

También hace un año, en México, el señor Sealtiel Alatriste, coordinador de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se vio en la necesidad de renunciar a su cargo por múltiples acusaciones de plagio.

Los casos de plagio perpetrados por altas personalidades de la política, las letras, la academia, la industria y demás sectores de la sociedad, sin contar los que ocurren entre el estudiantado universitario y de estudios de posgrado, suceden a diario y no hay nada que pueda detenerlos, ni la más sofisticada tecnología con sus software buscadores de chapuzas.

El plagio, que es el descarado robo intencional de un trabajo intelectual que un sujeto comete en detrimento del autor, es más común de lo que se pueda imaginar, y es un creciente problema contemporáneo de magnitud desconocida.

El primer contacto que tuve con un acto de plagio fue en 1983, cuando laboraba en un centro de investigación en el sur de México. En ese entonces, el ecuatoriano que representaba a la parte internacional del centro, me sorprendió un día cuando en su propia oficina y con los papeles sobre el escritorio, me dijo, no sé si inocente o prepotentemente, quizá esto último por su forma de ser, que él de tonto se ponía a escribir todos los reportes que le pedían desde su oficina central en Washington. Que ya todo estaba escrito, que era más fácil encontrar en los viejos reportes de archivo o en los registros de sus subordinados los párrafos necesarios, sustituir unas palabras o ideas por otras, hacer que la secretaria lo reescribiera, y listo. Para este consultor internacional no había culpa en esto, y al parecer jamás nadie detectó sus constantes plagios.

Al comienzo de la década de los 90s del pasado siglo XX, ya me encontraba en el norte, al otro lado del río Bravo, en El Paso, Texas. Laboraba en una oficina de la misma organización internacional, teniendo a mi cargo un programa de salud ambiental para la frontera México – Estados Unidos. En esa época había una euforia por el medio ambiente. Recién había concluido la reunión Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro, y acá en el norte del continente americano se estaba cocinando el Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos, y Canadá. La cuestión ambiental binacional en la frontera mexicano-estadounidense era un problema candente para negociar con éxito dicho tratado, y recibía toda la atención de la prensa de ambos países.

Por la ambientalitis existente, un grupo de importantes periódicos latinoamericanos y el PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) crearon un suplemento denominado Tierra América, mediante el cual intentaban promover una conciencia ambiental sin fronteras en el público lector. Por recomendación de un colega en la Ciudad de México, el responsable de ese suplemento, que acá era publicado por el periódico Reforma ––si mal no recuerdo––, me contactó y pidió que colaborara con un artículo para un número especial que trataría sobre la contaminación ambiental de la frontera México – Estados Unidos.

Elaboré el texto y se lo envíe vía fax. Llegó la fecha de publicación del suplemento, pasaron los días, y casi un mes después recibí a vuelta de correo el impreso de Tierra América. Con entusiasmo busqué entre sus páginas mi colaboración y, ¡vaya sorpresa!, estaba publicado pero bajo el nombre de otra persona, un desvergonzado periodista.

Llamé al responsable de la publicación y le dije que había cometido un plagio con mi trabajo. La persona quiso arreglar las cosas y me dijo que no me pidió una colaboración sino sólo material para escribir el artículo. Le contesté que aunque así fuera, el 99% del texto era mío, tal cual lo escribí, y se lo demostré. Pedí que reconsiderara e hiciera público su error. No lo hizo, y en lo sucesivo evitó atender a mis llamadas.

Agraviado, escribí al director del periódico Reforma denunciando el caso, y también a los miembros del consejo editorial de Tierra América, que casi eran puros escritores: Carlos Fuentes, Eduardo Galeano, Mario Benedetti, entre otras destacadas personalidades. Como había en ese grupo tanta gente que en apariencia luchaba contra las injusticias, pensé ingenuamente que habría una respuesta a mi denuncia. Nunca tuve respuesta.

Aún conservo el texto que envié por fax desde la oficina internacional en El Paso al suplemento Tierra América, la respuesta de la persona responsable, y el suplemento con el plagio. También recuerdo que comenté lo sucedido al colega que me recomendó, el cual también desarrolló un trabajo que sí fue publicado con su nombre, pero solo calló. Igualmente le mostré al jefe de la oficina el abuso que cometieron contra mí, y nada más me miró, como diciéndome: no es mi problema.

En la pasada década, hará cosa de unos 5 años, también sufrí otro plagio, en este caso se trató de la estructura de uno de mis libros. Irónicamente quien lo hizo fue la persona contratada para editarlo. Se familiarizó tanto con mi trabajo, que utilizó el esquema de la obra, que me había tomado buen tiempo para perfilarlo a mi gusto, para darle forma y vida a una serie de textos sin pies ni cabeza que escribía y publicaba su amigo en una revista. Sobre este caso conservo el acta que se levantó en la institución para no volver a contratar a esa individua.

Siempre habrá sujetos que intenten aprovecharse del trabajo de otros que dedican su tiempo a crear, porque ellos son incapaces de ocupar parte del suyo a producir.

Lamentablemente, el plagio es para algunos el camino más fácil para publicar y no perecer en el intento de escribir o generar algo por propia mano.

Victoriano Garza Almanza

Postscript. En la revista CULCyT Marzo - Abril 2008. Año 5, No 25, tocamos monográficamente el tema del plagio.